Hay dos momentos que suelen llamarme la atención cuando ocurren y que tengo anotados por si pudieran convertirse en posibles detonantes de una historia, un poema, una imagen o algo así.

El primero es el período previo a la tormenta, esos minutos de calor y humedad en los que el cielo se vuelve brillante y oscuro al mismo tiempo, se congestiona y pesa, como si fuese a vernirse abajo. Siempre me dio la sensación de que el cielo estaba sufriendo una migraña, tal vez porque no es extraño que yo sufra dolores de cabeza en ese mismo momento. El hilo de dolor que me atraviesa de sien a sien y presiona mis ojos, me resulta parecido a la intensidad que se ve en la luz aglutinada en las nubes de forma dramática. Nubes que, por otro lado, se ven hinchadas, contracturadas, hirvientes, como mi útero el día antes de bajarme la regla. Todo esto acompañado de calor y de humedad, de un aire denso, sufrido, pegajoso. Este momento a veces se vuelve tan, tan desagradable, que se convierte en algo hermoso. Tan agobiante que me interesa. Tan insistente que me interpela.

Ocurre algo parecido con el segundo momento que me llama la atención: las bombillas antes de fundirse. Probablemente, más dramático aún que el anterior, principalmente por su final inevitable. Son una crónica de una muerte anunciada, pero en un tiempo incierto: segundos, minutos, en alguna ocasión incluso horas, aunque es lo menos habitual. Generalmente esa intensidad que desprenden en sus momentos finales no suele alargarse demasiado. De lo contrario, pienso, sería insoportable. A veces simplemente revientan o cortocircuitan, pasan de la luz a la oscuridad en cuestión de milésimas de segundo. Pero cuando a mí más me interesa es cuando una bombilla a punto de fundirse brilla a plena intensidad y nos da una luz que no vimos antes, radiante, de una potencia excepcional y una claridad envidiable. Las veces que observé cómo ocurría esto, la bombilla había sufrido un golpe previamente. Ante ese golpe, aumenta su resplandor y así permanece, nadie sabe cuánto tiempo, hasta que se oye un ligero zumbido, se atenúa su luz y se apaga para siempre.


       Cidade natal
       Un duelo o una cuarentena
       Los tres nombres
       No se va a caer nadie
       Escribir
       Mujer
       Migraña
       Estornino
       Dos momentos
       Así poco a poco
       Barcelona
       Alfiler
       Yo no soy nadie
       Asfalto